Cobra $130.000 de pensión, está enferma, y OSDE le envió una factura por $207.000.-
En medio de la desolación y el desamparo, surge el grito desesperado de Sandra Costoyas, una mujer residente de Salto, provincia de Buenos Aires, cuyo dolor tiene nombre y apellido.
Enfrentada a una enfermedad pulmonar severa y la incertidumbre de un trasplante vital para su supervivencia, Sandra se ve atrapada en un laberinto de desesperación y angustia, abandonada por el Estado y golpeada con crueldad por una realidad política que la excluye y la deja a merced de su destino y del libre mercado.
Sandra, lectora de nuestro portal, es una mujer valiente y luchadora, que busca un rayo de esperanza entre las sombras, y decide alzar su voz a través de una carta dirigida a los lectores, en un intento desesperado por encontrar un destello de humanidad en alguien que la escuche.
En su carta, Sandra revela la lucha diaria que enfrenta debido a su enfermedad, la cual la lleva a depender de una obra social para acceder a costosos tratamientos médicos y equipos de oxigenoterapia.
Sin embargo, su situación da un giro devastador cuando recibe una factura de $207.000.-, una suma que supera con creces sus escasos recursos económicos como pensionada y la deja sin la cobertura de su obra social.
“¿Quién puede detener esto? ¿Qué se puede hacer para no perder lo poco que me queda de dignidad?”, se pregunta Sandra, en un intento desgarrador por comprender el cruel destino que le ha sido impuesto. Con una pensión modesta cercana a los $130.000 como única fuente de ingresos y una enfermedad compleja que requiere atención especializada, Sandra se encuentra en una encrucijada desesperada, donde la vida misma pende de un hilo.
En su relato, Sandra expresa su frustración y desesperación ante la indiferencia del sistema, denunciando los aumentos desproporcionados y humillantes que amenazan con arrebatarle la posibilidad de seguir luchando por su vida. “Mi vida depende de un hilo”, confiesa Sandra, cuyas palabras resuenan con una verdad desgarradora y una valentía inquebrantable.
En medio de su angustia, Sandra no busca compasión ni lástima, sino justicia y comprensión. Su historia es un testimonio desgarrador de la realidad que enfrentan tantas personas, abandonadas por un sistema que prioriza intereses económicos sobre vidas humanas.
El grito desesperado de Sandra resuena en el silencio de la indiferencia, recordándonos la urgencia de actuar, de levantar la voz y de luchar por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos.
En su dolor, Sandra nos recuerda la importancia de la solidaridad, la empatía y el compromiso con los más vulnerables, en un mundo donde la dignidad humana debería ser un derecho inalienable, no un lujo para unos pocos.
